La tibia luz de la mañana.
El mismo azul
del cielo de mi infancia.
Pasan los años
y el cuerpo va escribiendo con la piel
la edad de cada sueño,
los miedos nocturnos del amor,
las zarzas del deseo y del olvido.
Y al mirar al cielo ahora,
el mismo azul,
el mismo cielo.
¿A dónde va la nube diáfana,
a dónde el viento
si es todo un cielo abierto,
si es todo un azul inacabable?
El cielo de mi padre,
de mi abuelo, de mis hijos,
de la historia.
El cielo del columpio, el de la playa,
el cielo en la ventana de una clase.
El mismo de las tardes por la Alhambra.
Mis manos arrugadas,
mi pelo cano,
consciencia de lo efímero de ser,
finitud bajo la bóveda infinita.
Entonces miro el cielo
antes de mí,
dentro de mí,
después de mí
y es todo azul.
El hombre,
yo, una chispa rota de lo eterno,
lluvia que cae del paraíso
y va perdiendo en los cristales
al terso azul de la existencia
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